Published: July 17th 2024, 4:59:10 pm
Era una noche tranquila en casa de Osmar. El viento soplaba suavemente fuera de la ventana mientras él se acomodaba en su sofá, dispuesto a disfrutar de una noche de placer culinario. A pesar de pesar solo 150 libras, Osmar se mantenía en forma gracias a su rutina de ejercicios, lo que le permitía entregarse a sus antojos sin mayores preocupaciones.
Primero, comenzó con lo que había en su refrigerador. Sacó los restos de la cena de la noche anterior: una lasaña de carne con extra de queso que había preparado su abuela. La devoró en cuestión de minutos. Luego, siguió con una bandeja de sushi que había comprado la noche anterior, saboreando cada bocado como si fuera el último.
El hambre de Osmar no se detuvo ahí. Se dirigió a la despensa y encontró una bolsa de papas fritas, una caja de galletas de chocolate y una tarta de manzana que había estado guardando para una ocasión especial. Todo desapareció rápidamente bajo su voraz apetito.
Pero no estaba satisfecho. A pesar de haber vaciado casi todo su refrigerador, sentía que aún podía comer más. Así que decidió llamar a su pizzería favorita y pedir una pizza grande de pepperoni, un par de docenas de alitas picantes y una gaseosa personal. No podía esperar a que llegaran.
Mientras esperaba, sintió una mezcla de excitación y anticipación. La idea de la comida llegando, caliente y deliciosa, le hacía sentir una emoción indescriptible. Finalmente, sonó el timbre. Osmar corrió a la puerta y recibió el festín que había ordenado.
Cuando abrió la puerta, el repartidor no pudo evitar notar el estado de Osmar. Su ropa estaba visiblemente apretada, con manchas de grasa de la comida que había devorado anteriormente. La camisa apenas se sostenía con los botones luchando por mantenerse cerrados, y sus pantalones parecían a punto de estallar. Su barriguita sobresalía por debajo de la camiseta, mostrando unas ligeras estrías. El repartidor, sorprendido pero profesional, le entregó las cajas con una sonrisa que reflejaba un toque de curiosidad e intriga.
"Te ves muy guapo así," dijo el repartidor, con un tono alentador y un brillo en los ojos. "Si necesitas más comida, solo tienes que llamarnos. No hay nada como disfrutar de una buena comida, ¿verdad?"
Osmar, ruborizado pero complacido por el cumplido, le dio una generosa propina y se despidió con un cálido "hasta pronto."
Se sentó en el suelo de la sala, rodeado de la pizza, las alitas y la gaseosa, y comenzó a comer con avidez. Cada bocado le hacía sentir más lleno y más feliz. La mezcla de sabores, las texturas crujientes y suaves, el picante de las alitas… todo lo llenaba de una satisfacción profunda.
Conforme seguía comiendo, su emoción y placer alcanzaron tales alturas que se sentía en el cielo. Se sentía tan lleno que apenas podía moverse, pero también increíblemente excitado. Su apetito lo había llevado a experimentar todo esto, y le gustó. Sin poder contenerse más, en un arrebato de euforia y saciedad, Osmar alcanzó un clímax inesperado, un final sorprendente a una noche de pura indulgencia.
Después de comer, mientras se recostaba satisfecho y exhausto, tomó sus bóxers húmedos y los secó, recordando el clímax que había alcanzado. Una idea cruzó por su mente. ¿Qué pasaría si llamaba al repartidor de nuevo? La noche todavía era joven, y quién sabe qué otras delicias podría degustar.